sábado, 19 de enero de 2008

La Guerra de los botones

En 1912 (hace casi un siglo) se publicó la “Guerra de los botones”, de Louis Pergaud, una novela en la que se relata encantadoramente las encarnizadas disputas entre los chavales de dos pueblos rivales, Longeverne y Velrans. Describe perfectamente la sarta de insultos, intrigas, jugarretas y malicias que volaban de un bando a otro en el natural desarrollo de la infancia.

Cuando leí este libro, el cual recomiendo encarecidamente, no pude sino sentirme identificado con él (creo que todo el mundo lo haría) porque describe de manera efectiva la inofensiva maldad propia de los individuos de una edad determinada. Recuerdo perfectamente que siendo niño y adolescente también participé en verdaderas intrigas maléficas con mis amigos, las cuales vistas con el paso de los años nos sorprenden a todos por no haber acabado con alguno de nosotros con algún tipo de minusvalía o en algún sitio peor. Pedradas a bocajarro en descampados llenos de ruinas, patadas en los tobillos corriendo por los pasillos del colegio, escupitajos, estrangulamientos, caídas desde alturas tremendas, secuestros, exhibiciones públicas forzadas en ventanas de centros públicos, linchamientos, petardos… Actividades que serían consideradas en alguna comisaría torturas a supuestos terroristas eran desarrolladas con total impunidad entre mi grupo de amigos y los niños de Longeverne y Velrans.

Sin embargo, y a pesar del salvajismo extremos que llegábamos a desarrollar, siempre teníamos presente una serie de valores intocables, inculcados por nuestros padres y profesores. Valores que estaban por encima de cualquier pacto secreto o juramento a sangre. Valores como el respeto a los mayores y a los compañeros no rivales, el perdón, la benevolencia, el trabajo duro y responsable, la honradez y sinceridad… Valores que han conseguido que los integrantes de aquel grupo de desalmados hayan terminado uno a uno una carrera universitaria, que sean personas respetables y de provecho para la sociedad y que estén pensando en formar una familia.

Hoy en día, siguen viéndose en las calles y colegios actividades de salvajismo, pero con una salvedad. Es un salvajismo no controlado, a diferencia del que se producía antes, que siempre se encontraba vigilado desde la lejanía por “los mayores”. Actualmente, el salvajismo no viene acompañado por un respeto a los valores ni a los mayores: la figura del padre ó el profesor no inspira respeto ni sabiduría, muy al contrario es objeto de dicho salvajismo. En este contesto, el vandalismo en el que vivimos está completamente descontrolado, puesto que no hay ningún instrumento que transforme esa furia de caballo desbocado que supone la adolescencia del gamberrismo al afán por progresar honradamente en la sociedad. Muy al contrario, el ímpetu adolescente se ve canalizado del gamberrismo a la perversión de la sociedad y en ocasiones a la delincuencia.

Esto se ve reflejado día a día en la sociedad: niños que pegan a los profesores ó a sus propios padres, asesinato de mujeres a manos de sus parejas, una falta de civismo y educación absoluta en la gente joven, que no saben ya ni lo que es ceder el paso al pasar por una puerta, que no tienen ningún problema en levantar la voz para gritar en medio de la calle por cualquier malentendido, que no poseen una ética definida en el trabajo y avanzar por encima de los demás pisando a los compañeros es lo más normal…En definitiva, una sociedad profundamente egoísta, en la que el individuo es lo primero y busca su beneficio personal por encima de cualquier cosa, y en la que el respeto no tiene cabida.

Una generación sin educación es un torpedo dirigido a la línea de flotación de la sociedad. No concibo nada peor que una generación sin respeto por los demás, ya que cualquier problema que surja puede derivar en acciones impredecibles que pueden dar lugar a enfrentamientos fuertes. Deberíamos intentar retomar los valores de convivencia que forjó la sociedad a lo largo de tantos años y volverlos a instaurar en las familias, colegios, instituciones y la sociedad en general. De otra manera, estaremos destruyendo lo conseguido por nuestros antecesores.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No puedo estar más que de acuerdo con tu opinión. Tratando de ir un poco más allá me atrevería a tratar de hallar el motivo.
La sociedad moderna occidental es descendiente de los valores promulgados en las revoluciones del siglo XIX, como la francesa. En ellas se ensalzaron los ideales de libertad e igualdad que son la base de las constituciones de los países democráticos, tratando así de sepultar la represión que gobernó en todos los siglos anteriores.
Es cierto que el ser humano debe ser libre. Pero también lo es que no nace "aprendido". Y también lo es que la exaltación de cualquier valor, por beneficioso que pueda parecer, aunque sea la libertad, acaba convirtiéndose en integrismo.
A los políticos y organismos les interesa esta exaltación por su imagen y por intereses económicos, pero si al ser humano no se le educa y no se le enseña que libertad sí pero obligaciones y responsabilidad también la sociedad acabará volviéndose contra sí misma. Un abrazo Carlos!

Anónimo dijo...

De acuerdo,

Gracias y un abrazo!