sábado, 12 de abril de 2008

Keynes estaría orgulloso

Llevamos una serie de meses asistiendo a una situación en la economía mundial que sirve de fiel reflejo a una de las teorías postuladas a raíz de la Gran Depresión de 1930, y que pone de manifiesto la capacidad del ser humano para plasmar en un papel las bases del comportamiento de la sociedad a pesar del paso del tiempo.

En 1936 John Maynard Keynes publicó la “Teoría general sobre el empleo, el interés y el dinero”, en el que pretendía dar soluciones a la profunda crisis que se había vivido desde 1930. En su libro, proponía una postura radicalmente contrapuesta a lo que se había aceptado hasta entonces como modelo económico clásico, adoptado desde dos siglos antes (1776) por Adam Smith en su indiscutida hasta entonces “La riqueza de las naciones”, y que había servido como pilar fundamental en el desarrollo del capitalismo y de la revolución industrial.

Adam Smith basaba su propuesta en el “libre mercado”, un modelo fundamentado en competencia perfecta en todos los mercados, en el que el Estado no debe intervenir bajo ningún concepto porque los mercados tienden al equilibrio (oferta/demanda, trabajo/ocupación, etc.). En esta situación, los precios flexibles tienden a igualar la oferta y la demanda, se tiende siempre al pleno empleo y las políticas fiscales y monetarias son ineficaces y sólo sirven para incrementar los precios. Además, se asume que para aumentar el crecimiento económico hay que aumentar la producción: a más producción, más ingresos de los trabajadores, más compras, etc., por lo que en el largo plazo se maximiza el sistema

Keynes, tras la Gran Depresión, demuestra que el liberalismo económico clásico en el que se tiende al equilibrio maximizado de la producción y el consumo es una situación ideal. La teoría keynesiana aboga por el ahorro: en ciertas ocasiones, no es racional gastar dinero. Esto desemboca en otro equilibrio muy alejado del punto óptimo de utilización de los sistemas de producción como indicaban los clásicos: por ejemplo, si los precios están bajando, no tiene sentido comprar, porque más adelante se puede adquirir el mismo bien por menos dinero. De esta manera, al caer la demanda, caerá también la producción y vendrá el desempleo. Es decir, las épocas de crisis contradicen el liberalismo económico de Adam Smith.

La teoría keynesiana, en contra de Smith, sugería que los Estados y las Autoridades monetarias debían actuar en los mercados, en los momentos de crisis, estimulando la demanda con mayor gasto económico (la llamada “política fiscal”) y actuando sobre los tipos de interés. Y esto es lo que estamos viendo estos días, pero en otra dimensión superior: mientras que Keynes se ceñía en lo referente al intervencionismo de los Estados al aumento de los impuestos, inyección de dinero al sistema (imprimir más dinero) y endeudamiento fiscal, hoy en día contemplamos cómo los Estados se afanan por salvar el sistema económico mundial para que no se venga abajo en su conjunto, rescatando bancos completos (el Bear Stearn tuvo que ser salvado por EEUU para que no quebrara y arrastrara en su caída al resto del sistema, Banesto fue intervenido por el gobierno español), haciendo encaje de bolillos subiendo los tipos de interés para no aumentar la inflación (los precios de los productos de consumo aumentan no sólo por la bajada de tipos sino por el aumento del precio del petróleo), pero a la vez manteniéndolos los suficientemente bajos para que no se produzca una recesión por falta de inversión, etc.

En definitiva, se comprueba que Keynes tenía razón hace casi un siglo cuando se atrevió a llevar la contraria a lo comúnmente establecido por un señor tan respetable como Adam Smith hace tres siglos. Sin embargo, sin dejar de demostrarse la teoría keynesiana, no dejar se ser un tanto “injusta”: dado que, como se ha demostrado, en tiempos de crisis los Estados no dudan en intervenir para salvar a sus empresas críticas, el riesgo de invertir en estas empresas es en parte, relativo, y por tanto la cautela que puede tomar un inversor de cara a adquirir acciones de la misma (y que en parte determina el precio que está dispuesto a pagar por ellas) podría estar falseada. En definitiva, un proteccionismo excesivo rompe las reglas del juego, puesto que el riesgo asociado a la inversión se falsea.

Como se ha visto, hoy en día la teoría keynesiana se ha quedado un poco “corta” en su capacidad par explicar el funcionamiento global. No sólo en lo referente a la multitud de factores que han entrado en juego, sino a la interrelación entre diferentes economías, favorecida por los avances en la sociedad de la información. Estos nuevos factores incluyen los medios de comunicación, cuyos mensajes tienen gran trascendencia en el funcionamiento del sistema.

En estos días, por ejemplo, y a raíz de los desplomes en las bolsas de los grandes bancos mundiales (HSBC, Citigroup, Morgan Stanley, etc.) que les convierten en presas “fáciles” para bancos tradicionalmente más modestos que no se han visto afectados por la crisis al no tener su estructura de inversión basada en productos hipotecarios de alto riesgo (Santander), y que pueden llegar a plantearse incluso una hipotética compra/adquisición/fusión, se aprecia cómo desde diferentes Autoridades monetarias se lanzan mensajes que alguna mente malpensada podría interpretar como torpedos destinados a minar la confianza de posibles inversores en estos bancos modestos, que podrían verse muy fortalecidos si recibieran de repente el apoyo de estos inversores que han abandonado a los grandes:

http://www.elpais.com/articulo/economia/burbuja/inmobiliaria/hace/Espana/sea/vulnerable/crisis/elpepueco/20080406elpepieco_1/Tes

http://www.elpais.com/articulo/economia/FMI/calcula/vivienda/sobrevalorada/Espana/elpepieco/20080404elpepieco_8/Tes

http://www.elpais.com/articulo/economia/Banco/Espana/Pedro/Solbes/minimizan/datos/vivienda/FMI/elpepueco/20080404elpepueco_4/Tes

http://www.elpais.com/articulo/economia/Banco/Espana/sale/defensa/banca/probable/aumento/morosidad/2008/elpepueco/20080402elpepueco_8/Tes

En definitiva, hoy en día ha surgido una nueva variable, vemos cómo los medios son utilizados por los agentes para influir en la economía con réplicas y contra-réplicas, actuando sobre las cotizaciones de las empresas en las Bolsas y por tanto sobre la economía mundial.

De cualquier manera, resulta curioso (y gratificante) comprobar cómo las teorías desarrolladas en un papel por el ser humano, insignificante en tamaño en comparación con el globo terráqueo, se convierten en realidad en el mundo aparentemente incontrolable en el que vivimos.

sábado, 5 de abril de 2008

"Subprime"

La bola giraba languideciendo en lo que probablemente sería su última vuelta. Con un repiqueteo final encajó perfectamente en el 30 (rojo), continuando su movimiento giratorio ya a menor velocidad, esta vez solidariamente con el plato de metal. John Smith suspiró y agachó la cabeza por última vez, mesándose el pelo con ambos codos apoyados en la mesa. Acababa de perder los últimos 3.000 $ que le quedaban, en un intento desesperado por que una apuesta en “pleno” le salvara de sus deudas y de ahogarse económicamente por completo. Pero había perdido todo lo que tenía. Días después, a miles de kilómetros del estado de Nevada donde se encontraba el gigantesco casino de las Vegas, Luis Sánchez, empleado de una empresa de azulejos en Castellón (España), es despedido junto a más de 200 compañeros debido a las necesidades de recorte de plantilla que sufre la empresa por la caída en las ventas.

Aparentemente, se trata de dos hechos sin relación ninguna, y aunque ficción, no deja de ser un fiel retrato de la situación que en el orden mundial se ha vivido en los últimos meses, y que demuestra una vez más la complejidad del mundo actual en su estructura fuertemente globalizada.

En efecto, el incauto John Smith no sabía las consecuencias que su ruina tendría para el resto del mundo. Al perder todo el dinero del que disponía (se encontraba en paro desde hace meses), y a falta de otro tipo de activo cuya venta pudiera haberle reportado algo de liquidez, su banco, una pequeña entidad del estado de Virginia (a miles de kilómetros de las Vegas) llamada Virgina Commerce Bancorp dejó de cobrar las letras que Smith les debía en concepto de la hipoteca que éste había suscrito con ellos. Realmente, Virginia Commerce Bancorp nunca debería haber prestado a Smith el dinero, ya que se trataba de un individuo con un riesgo muy alto de impago debido a su situación personal. Pero el banco, animado por la coyuntura económica del momento y por la mayoría de bancos del país que estaban ganando dinero a espuertas prestando a individuos de perfil similar, suscribió con Smith una hipoteca del tipo “subprime”, de alto riesgo, con un tipo de interés más elevado que hipotéticamente compensaba el riesgo del banco, al recibir de vuelta más intereses. Se trató simplemente de un caso “de libro” de avaricia por parte de los bancos: al final, el saco terminó por romperse, porque el riesgo que habían corrido era excesivo, y ninguna autoridad ni órgano regulador en EEUU había puesto freno a esta situación.

Virginia Commerce Bancorp sufrió más impagos del estilo del bueno de Smith. Y al igual que este banco de Virginia, muchas más entidades del resto del país comenzaron a experimentar la desagradable sensación de ver cómo sus clientes dejaban de acudir religiosamente todos los meses a sus arcas para depositar el dinero prestado. Automáticamente, todas las alarmas saltaron en el resto del sistema bancario y financiero estadounidense. Los grandes bancos como Bank of America, Citigroup, JP Morgan Chase o Bear Stearns habían basado gran parte de sus inversiones en fondos que operaban con productos de los bancos hipotecarios como el de Virginia: en definitiva, los bancos grandes habían comprado acciones de los bancos pequeños (en forma de fondos de inversión) en algunos casos, y en otros más flagrantes habían adquirido directamente las hipotecas de los clientes como Smith, con lo que la exposición de “los grandes” al riesgo era elevadísima. Al producirse los impagos, las acciones de los bancos como Virginia cayeron estrepitosamente, lo que se tradujo automáticamente en una pérdida total del valor de los fondos que apuntan a estas acciones, que son los que formaban parte de las inversiones de Citigroup, por ejemplo.

Cuando la noticia llegó simplemente a rozar los oídos de los “brookers” de todas las Bolsas mundiales, la histeria en primera instancia y finalmente el colapso fue generalizado. Ante los rumores (y constataciones posteriores) de que “los grandes” de EEUU habían perdido gran parte de sus inversiones centradas en las hipotecas “subprime”, sus acciones cayeron en picado, llegando a perder casi el 40% del valor. En la práctica, sólidas corporaciones intocables hasta el momento como Citigroup fueron superadas en capitalización bursátil por bancos que las habían mirado hasta entonces desde la lejanía, como el Santander español.

La crisis se extendió rápidamente por todo el entramado bancario mundial, y desde éste al financiero: los grandes bancos de otros países (HSBC inglés - el segundo banco mundial -, ó el UBS suizo - el que más ha perdido -, entre muchos otros como Morgan Stanley, BNP Paribas, etc.) también habían incluido los fondos y productos derivados del sector hipotecario estadounidense en su estructura de inversión, por lo que prácticamente todos ellos estaban salpicados y con pérdidas millonarias. La desconfianza entre ellos mismos cundió rápidamente, puesto que a su vez cada banco había adquirido otros tipos de productos de inversión que ofrecían el resto: es decir, todos los bancos compartían un tanto por ciento representativo de su capital, por lo que si varios de ellos caían arrastraría al resto. La crisis pura estaba servida, la economía mundial colapsó y las Bolsas cayeron estrepitosamente por miedo a una quiebra en el sistema económico global.

Pero ahí no terminó la cosa. Los mercados financieros, arrastrados inexorablemente por los bancos, también se iban a ver afectados en su línea de préstamo de dinero interbancario en primera instancia y a las empresas consecuentemente a continuación: la desconfianza en la salud económica del banco vecino y las dudas acerca de cuánto habría perdido cada uno provocaba que los bancos no se prestaran dinero entre sí, por miedo a que los préstamos no pudieran ser devuelto. El dinero dejó de circular físicamente, con lo que los bancos se encontraron con falta de liquidez: no disponían de dinero y entre semejantes tampoco se prestaban (es necesario tener en cuenta que los bancos se prestan grandes cantidades de dinero a diario, de manera habitual, para cubrir sus operaciones), con lo que la escasez de dinero en el mercado provocó que éste aumentara su precio. Los bancos se imponían entre sí grandes intereses para prestarse dinero. Los Bancos Centrales (la FED estadounidense y el BCE europeo) inyectaron más líquido (dinero físico) en el sistema, para que aumentara la oferta ante una demanda brutal, pretendiendo abaratar el precio del dinero. Pero la desconfianza y el temor a que “los grandes” estuvieran seriamente dañados pesaban demasiado, y el precio del dinero y en general la situación de crisis no sólo no descendió sino que se agudizó.

Al no haber dinero en el mercado financiero por la reticencia entre los bancos a prestarse entre sí (corregido en parte por las inyecciones de líquido de los Bancos Centrales), el precio del dinero aumentó (el Euribor es el interés que se cobran los bancos entre sí por prestarse dinero, durante un día), con lo que evidentemente los bancos aumentaron a su vez los intereses que cobraban a las empresas ordinarias y particulares. (El banco siempre presta el dinero a empresas y particulares un poco por encima de lo que le cuesta a él: Euribor + x% en el caso de préstamos variables, ese “x%” es lo que gana el banco en la operación).

El aumento de los intereses, y la mayor precaución de las entidades a la hora de conceder créditos, provocaron que las condiciones de los préstamos a empresas y particulares se endurecieran. Cada vez era más complicado que los bancos prestaran dinero a las empresas y particulares, y cuando lo hacían era con intereses elevados. Esto redundó en una caída en las inversiones de las empresas (si no reciben dinero de los bancos no pueden acometer los proyectos que tengan en mente) y en el consumo de los particulares (que ven cómo los préstamos les cuestan más), con lo que la crisis en el sector empresarial y particular estaba servida: si las empresas no pueden acometer sus proyectos, descienden sus ventas, con ellas sus ingresos y no pueden pagar a sus empleados; además, si los particulares no consumen (por falta de crédito o porque las empresas no les pagan), no dan dinero a las empresas que les venden los productos, las ventas caen y vuelta a empezar. Cuando los bancos estornudan, el orden mundial se resfría inexcusablemente.

En países como España, en los que la economía nacional estaba basada en un sector como el de la construcción, que estaba fuertemente endeudado por la facilidad con la que los bancos concedían créditos a constructoras e inmobiliarias (ya que estas empresas los devolvían rápidamente y con facilidad por la alta demanda que había en el sector de la vivienda, debido a que se trataba de un sector de inversión y no sólo de consumo, dada la alta revalorización que tenían los precios de las casas y lo barato que resultaba pedir un préstamos, lo que convertía a la vivienda en un activo atractivo para inversores), una crisis financiera mundial incide muy directamente en el sistema.


De repente, los bancos dejaron de prestar dinero tan alegremente a los inversores particulares por miedo a los impagos y a su vez encarecieron dichos préstamos, por el alto precio del dinero en el mercado, lo que provocó que la demanda de vivienda cayera. Igualmente, se restringió y encareció el préstamo a las constructoras e inmobiliarias, éstas se encontraron sin capacidad para terminar las promociones que tenían empezadas y para acometer otras nuevas, y por tanto no recibían dinero de los compradores, lo que terminaba con ellas. Y con ellas, el resto de empresas indirectas del sector, por ejemplo, las empresas de azulejos de Castellón.