viernes, 2 de julio de 2010

La perversión de la Democracia

Venimos sufriendo estos días en España las consecuencias de la llamada “crisis”. Crisis “financiera”, crisis “global”, crisis “mundial”. Apelativos que nos hacen pensar que tal crisis es un fenómeno ajeno a nosotros, que ha venido “de fuera” y que nos ha tocado sufrir como si de una plaga divina se tratara, a nosotros, pobres mortales que nada hemos hecho para merecerla.

Sin embargo, tengo la teoría de que esta situación actual, que tanto daño está causando en las familias, y en el ciudadano de a pie, no se trata de un maleficio inesperado, sino que es la consecuencia natural de algo que se llevaba gestando desde hace años. Ese “algo” considero que se trata de la pésima y nefasta gestión que la clase política de este país ha realizado en los últimos tiempos. Evidentemente, la sociedad en su conjunto ha favorecido la propagación e instalación de una crisis de connotaciones tan particulares (financiera) al basar gran parte de la economía del país en el sector de la construcción y confiar en el consumo interno en general, sin mirar al exterior, pero no debemos olvidar que ese modelo de sociedad que se ha demostrado tan vírico ha estado propiciado y favorecido, y ha contado con el beneplácito de la clase política. Si esta clase política hubiera sentado las bases de otro modelo de crecimiento, basado en la educación, el largo plazo, la productividad, la competitividad, la cultura, etc., probablemente la crisis nos hubiera alcanzado igual, pero tendría una salida más pronta y esperanzadora.

Bajo mi punto de vista, este país va a pasarlo bastante mal los próximos años puesto que cambiar una generación entera, la que ahora mismo tiene una edad comprendida entre los 40 y 50 años, que en este momento se encuentra sin trabajo, y dotarla de las herramientas (empresas, formación, idiomas, movilidad) necesarias para reorientar su capacidad productiva desde la construcción y empresas afines hacia otro tipo de ocupación, y que ésta sea verdaderamente competitiva con el exterior y basada en la innovación, no se consigue ni en cinco ni en diez años.

Sin embargo, considero que esta crisis no es sino la punta del iceberg de lo que nos espera en los años venideros. Soy bastante pesimista, porque cada vez nos movemos en un mundo global, más allá de las fronteras, interactuamos con otros países en los que las decisiones se toman de manera correcta por políticos competentes, que tienen objetivos de Estado y no particulares. Estos países, empresas, sociedades, con los que cada vez nos relacionamos más estrechamente, pueden barrernos literalmente hacia la cola del ranking de encuadre mundial: estos años hemos vivido comparando Comunidades Autónomas entre sí, pero no hemos visto más allá de los Pirineos. Hoy en día, la carrera es entre Estados, y en esta competición los demás nos llevan kilómetros de ventaja.

Quizás el indicador más preocupante en este sentido es la educación. Basta comparar el sistema educativo (que en definitiva es lo más importante de un país porque determinará el futuro venidero) de España con el del resto de países y el resultado es extraordinariamente preocupante: ninguna universidad española se encuentra a la cabeza. Otro indicador preocupante es el modelo productivo de las zonas menos industrializadas del país, que representan un porcentaje muy elevado del conjunto: empresas sin orientación exportadora (dependen del consumo interno, que cada vez comprará productos que vengan de fuera porque serán más baratos) y con empleados con poca formación (es decir, que no pueden recolocarse en otros sectores).

El problema, vuelvo a decir, creo que estriba en parte en la clase política que viene gobernando el país estos últimos años. No es conveniente generalizar y seguro que existen políticos competentes, pero desgraciadamente éstos deben mantenerlos ocultos los mediocres porque sólo se ve públicamente a estos últimos. A nivel estatal, se ha tratado de un gobierno centrado en tomar decisiones y resoluciones que mantuvieran contentos a socios y colectivos que aseguraran la reelección, pero sin preocuparse por una verdadera orientación de desarrollo conjunto del país a largo plazo. En este sentido, han primado las decisiones partidistas y segregacionistas, beneficiando sectores sociales muy particulares, pero que no han redundado en un beneficio común.

Sirva como ejemplo el demencial modelo energético (las “renovables”) basado en una tecnología extraordinariamente cara (al final la pagan los ciudadanos con sus impuestos, porque se tiene la tendencia equivocada de pensar que el dinero del Estado llueve del cielo y no es verdad) y aleatoria (depende del clima, que es variable, algo inaceptable para el sistema energético de un país), potenciado para favorecer empresas “amigas” de dichos políticos, en contra de la tendencia mundial de apostar por un mix en el que la nuclear tuviera un peso considerable que eliminara la dependencia de combustibles extranjeros o del estado meteorológico concreto del momento; o el desigual reparto de competencias y fondos entre las diferentes Autonomías, que ha generado una segregación del Estado creando “islas” económicas que, aparte de no ser solidarias entre sí, tienen como único objetivo que los políticos de dichas “islas” gestionen los recursos que reciben del Estado y lo repartan otra vez entre sus empresa amigas con independencia de que éstas sean productivas o no para el conjunto de la nación, sangrando de esta manera al Estado de manera insostenible; o el destino de los fondos públicos, conseguidos durante la época de bonanza, para combatir la crisis mediante proyectos que, aparte de potenciar el modelo económico que ha creado la crisis (construcción), emplearon a personas únicamente durante seis meses, con objeto de maquillar las cifras del paro durante ese tiempo, pero que no ha creado ningún tejido empresarial que ocupara a esa gente a posteriori.

Es curioso comprobar como los políticos, a medida que se retiran de sus funciones públicas, pasan a estar en nómina de las empresas beneficiadas que saben recompensarle los favores nombrándoles asesores, consejeros o incluso descaradamente presidentes. En definitiva, se ha tratado de unos gobiernos formados por individuos que han intentado sacar la mayor tajada posible de un Estado financiado a través del dinero de los impuestos de todos los ciudadanos, ya sea favoreciendo empresas y colectivos que más tarde se lo han recompensado, o bien directamente colocando a familiares y amigos en puestos públicos para que cobren de dicho Estado.

En las zonas rurales es especialmente indignante ver cómo el perfil de los políticos se degrada cada vez más: alcaldes, concejales,... incluso senadores (y senadoras) y ministros (y ministras). En algunos casos se tratan de personas sin la más mínima formación ni cultura, gente que sus compañeros de la infancia siempre pensaron que acabarían como parias habida cuenta de su trayectoria, colocados en esa posición por individuos que permanecen en la sombra, y que los manejan como marionetas para beneficiar sus intereses particulares: recalificaciones, adjudicaciones, permisos, favores, etc. Hoy en día, es lamentable comprobar cómo los intereses particulares se financian con dinero público de manera descarada, mientras que debería ser al contrario: el dinero público debería utilizarse para financiar proyectos de verdadera utilidad común que sirvieran para situar al país y a sus ciudadanos en una posición ventajosa frente al resto del mundo.

Considero que es una necesidad imperiosa un cambio en la clase política del país, a todos los niveles. Los políticos deberían ser la gente más preparada, la más culta, la más capaz, porque al fin y al cabo gestionan los recursos que influyen en el país y por tanto en el resto de ciudadanos, y sin embargo estamos acostumbrados a comprobar cómo estos políticos ocupan sus cargos para ganarse la vida, porque no han encontrado (o no les han admitido) otra ocupación por su falta de valía personal. Es vergonzoso que un político ostente una responsabilidad que afecte a miles de personas (presupuestos nacionales, decisiones en torno a la educación o las familias, etc.), que influirán en el país durante los próximos años, y que la única razón que haya para que ese señor o señora esté tomando esa responsabilidad es que sea conocido o familiar (o lo que es peor, marioneta) de una tercera persona.

Qué pensaríamos si, sentados en un avión, nos enteráramos de que el piloto está ahí porque es sobrino de un Consejero, pero que desconoce completamente cómo se utilizan los mandos de la aeronave. Qué pensaríamos si, tumbados en una mesa en un quirófano, supiéramos que el cirujano es hijo de un amigo del anterior presidente del Gobierno, pero que ni siquiera ha empezado la carrera de medicina. En la política, hoy en día, ocurre lo mismo, y esta crisis (que por cierto, aún no es dramática porque la gente cobra el subsidio por el desempleo, se va de vacaciones, compra ropa, etc., pero que si va a peor nos encontraremos con una situación desconocida para mucha gente en este país, de verdadera necesidad y falta de recursos, cuya única salida sea la emigración), es un indicativo de dónde nos llevará en los próximos años una clase política como la actual. Creo que es estrictamente necesario imponer ciertos criterios, similares a los que rigen la actividad empresarial privada, en la clase política, para garantizar que los gobernantes lo son por verdadera vocación de servir a la nación y no por ganarse la vida o hacerla ganar a otros.

La situación actual se trata, sin duda, de una perversión de la Democracia. La Democracia surgió para que el pueblo gestionara sus intereses comunes de manera solidaria y respondiera así ante las amenazas exteriores de manera correcta. En estos momentos, la Democracia es una herramienta que unos pocos han encontrado para lucrarse particularmente a costa de los impuestos que se generan a partir del esfuerzo diario de los demás, porque de otra manera serían unos parias de la sociedad.

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